LA SALUD MENTAL COMO PROBLEMA DE SALUD PÚBLICA
A raíz de la crisis sanitaria del coronavirus cada vez se habla más de la salud mental como un problema de salud pública.
En este post del blog resumiré los puntos que, en mi opinión, deberían ser abordados lo antes posible, de cara a evitar el sufrimiento emocional de la población y evitar la muy probable aparición de patologías mentales derivadas de esta situación. Es bien sabido que los cambios sociales casi siempre tienen un impacto mayor en la salud mental de las personas que cualquier intervención individual.
1) No existen programas de prevención en salud mental. Casi todo el gasto público se destina a tratamientos farmacológicos.
En España no hay una estrategia gobal de salud mental ni un plan nacional de prevención del suicidio.
A pesar de que se calcula que el 18,3% de la población española sufre al menos una enfermedad mental y que esta estimación supera a la media de la Unión Europea, solamente se dedica un 5% del gasto total en sanidad a la salud mental.
Esta situación resulta disparatada, ya que las enfermedades mentales tienen un impacto mayor en la calidad de vida y en la pérdida de años de vida que las enfermedades cardiovasculares, oncológicas y la diábetes en su conjunto.
Estamos frente a un problema dantesco de salud pública que con toda probabilidad será más grave en los años venideros si no se atiende con urgencia.
En la actualidad, enfermedades mentales como la depresión y la ansiedad son la tercera causa de discapacidad laboral en España y se prevé que sea la primera para 2030.
A lo anterior hay que sumar el hecho de que la atención sanitaria es competencia de las Comunidades Autónomas. Esto quiere decir que hay por lo menos 17 planes diferentes de salud mental. Esto genera desigualdades en la atención de pacientes en todo el territorio nacional.
Por otro lado, se sabe que la inversión en prevención tiene un retorno de casi diez veces sobre esa inversión que se hace. Aún así, el gasto que se hace en España es de 80,7 euros por persona, frente a los 316 € que dedica Alemania, por ejemplo.
2) El número de profesionales sanitarios dedicados a la salud mental es muy reducido.
España es el país europeo con menos psiquiatras por cada 100 mil habitantes. También es el que cuenta con menos psicólogos en el sector de salud mental (5,7 por cada 100 mil habitantes). Y para completar el panorama, solamente hay 9,7 enfermerxs por cada 100 mil habitantes.
Somos el penúltimo pais de la UE en número de profesionales de la salud dedicados al tratamiento de salud mental.
Sería muy útil no solo aumentar el número de profesionales dedicados a este sector, sino también formar a los profesionales de Atención Primaria en el diagnóstico y detección precoz de enfermedades mentales.
Se estima que el 30% de las consultas en Atención Primaria están provocadas por problemas mentales que no se diagnostican como tales.
3) No hay un sistema robusto de vigilancia de salud mental.
Los datos estadísticos recogidos sobre lo que ocurre a nivel de salud mental en España no se recogen de forma sistematizada. Esto dificulta elaborar planes y abordar la problemática con una estrategia basada en criterios definidos y en datos correctamente recogidos.
Aún así, se sabe que más de la mitad de personas que necesitan tratamiento o no lo reciben, o reciben uno que no es adecuado para su enfermedad.
4) Los familiares de enfermos mentales reciben poco apoyo y ayuda por parte de la administración pública.
El 88% de personas diagnosticadas con una enfermedad mental reciben cuidados por parte de amigos y/o familiares, sin una formación ni orientación adecuadas.
Esto tiene un impacto en la vida de todo el entorno familiar y social del enfermo. Por un lado, la persona enferma no recibe una ayuda profesional y por otro, los familiares se sienten solos y culpables al no poder prestar la ayuda adecuada a sus seres queridos.
5) Existe mucha estigmatización social hacia los enfermos mentales.
La enfermedad mental en España se sigue considerando un tabú. No hay campañas de concienciación que normalicen las dolencias psíquicas tal y como se hace con el resto de enfermedades.
No somos muchas veces capaces de hablar de estados de ánimo como la tristeza o la angustia, mucho menos de enfermedades mentales como al depresión o la esquizofrenia. No ha habido en nuestro pais campañas destinadas a desterrar el estigma social que supone tener una enfermedad mental.
Esta estigmatización incide muy negativamente en la integración social y recuperación de los pacientes. Los pacientes no suelen integrarse laboralmente como consecuencia de los prejuicios sociales que imperan en nuestra sociedad. En este sentido, los datos son alarmantes: solamente el 14,3% de los enfermos mentales tienen un puesto de trabajo.
Queda claro que se necesita invertir más en salud mental, sobre todo a raíz de la pandemia del Covid-19.
Uno de los retos más importantes que enfrentamos como sociedad es tratar la enfermedad mental desde el punto del individuo y su contexto. Y no abordar la enfermedad solamente a partir del tratamiento de los síntomas. Como mencionaba más arriba, los acontecimientos sociales y el entorno tienen un impacto muy grande en la salud mental de las personas a nivel individual.
Este entorno incluye al contexto jurídico y las leyes. Por ejemplo, recientemente se aprobó la Ley de Protección a la infancia, que entre otras cosas, evita que los casos de abuso sexual infantil prescriban. Proteger a los niños y niñas supone evitar la aparición de patologías psiquiátricas en adultos. Este es, sin duda, un gran paso adelante, pero queda muchísimo más por hacer.
Si no se actua a tiempo, el aumento de trastornos psiquiátricos acabará por desbordar la capacidad sanitaria de nuestro país. Como sociedad tenemos un reto enorme por delante.
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